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28 septiembre 2005

ZP y la marcha de la tortuga - II parte

Escudo de la ciudad de Melilla
El escudo de Melilla

A la sangría estadística que tiene por víctimas a nuestros compatriotas melillenses, hay que sumar también la merma moral que sufre la ciudad, derivada del predominio de unas normas sociales y económicas basadas en la exclusión de los infieles y en la cultura del narcotráfico, en feliz consorcio con las autoridades marroquíes que controlan los cultivos de cannabis en todo el valle rifeño de Ketama.

Por si fuera poco, Melilla cuenta con un partido islámico integrista representado en su Asamblea Autonómica, Coalición por Melilla. Su presidente, Mimon Abercham, un médico adoctrinado profesional e ideológicamente en el Kabul de los talibanes, propuso la necesidad de que, en la piscina municipal, las mujeres se solacen en completa intimidad y sin las indiscretas miradas de miradas varoniles. Más o menos como en el Afganistán del mulá Omar donde, dado el proverbial combate que musulmanes e higiene mantienen desde siglos, no había piscinas. Un alarmante anticipo de lo que aún habremos de ver el día que los integristas controlen las instituciones políticas melillenses, con los impuestos eso sí de todos los españoles.

Así y gracias al imparable aumento de electores musulmanes, se teme que Coalición por Melilla resulte la fuerza política ganadora resultante de los próximos comicios locales del 2.007. Solo la unión institucional de PP, UPM y PSOE, éste último con no pocas reservas y no menos gestos de felonía, ha impedido hasta ahora que Melilla sea la primera ciudad de España y de la Unión Europea en tener un alcalde-presidente de obediencia islámica en su versión fundamentalista.

Todo esto está llamada a reproducirse en amplias zonas del territorio peninsular español. Según cifras oficiales, el número de inmigrantes en nuestro país alcanza ya la friolera de dos millones y medio, de los que un millón y medio proceden del universo mahometano.

La "marcha de la tortuga" ha dado ya sus primeros y prometedores frutos. Y la cosecha promete ser aún más fértil y generosa en los próximos años. El Instituto de Población prevé que 18 millones de inmigrantes musulmanes – el 40% sobre un población de 45 millones – formen parte del paisanaje español en el 2.030. Es decir, que nuestros hijos vivirán en una España en la que cuatro de cada diez habitantes reconocerán en sujetos tan abyectos como el imán de Fuengirola a su máxima autoridad moral y política. Ya se sabe que en el Islam prevalece siempre el punto de vista de la autoridad religiosa sobre el del poder civil.

Más datos para la reflexión. Según el INE, en 1975 el número de hijos por mujer española era de 2,8 y ahora apenas llega a 1,3, por debajo de la tasa del 2,1 considerada mínima para mantener el reemplazo generacional. Ni qué decir tiene que las autoridades políticas españolas, algo con lo que previsoramente jugaban los arquitectos de la operación "marcha de la tortuga", han cargado sobre las espaldas de los hijos de Alá el necesario reemplazo generacional, sabida es la prodigalidad de esa gente a la hora de despachar niños al mundo.

La apresurada regularización de ilegales ha hecho el resto, no sin que el ministro francés del Interior –interpretando el sentir europeo– haya considerado inaceptable que un socio de la Unión Europea procediera a una regularización masiva de inmigrantes sin «haber advertido o pedido opinión» a los otros países que sufrirán también las consecuencias de la irresponsabilidad de ZP.

Y esto es lo que hay. Además de los actuales peligros separatistas, el asunto de la inmigración musulmana debería ser considerado como el más grave y acuciante desafío al que se enfrenta la entera nación.


Fuente: Resumen de diversos orígenes

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